lunes, 6 de julio de 2009

Me decían Susanita

Durante la primaria, me costó mucho relacionarme con otros chicos. Fui a varios colegios, era buena alumna pero siempre había conflictos. Finalmente fui a parar a un colegio parroquial, de mujeres, aunque ya no de monjas sino laico. A partir de allí fue una gran vuelta de página para mí, una nueva oportunidad de hacer amigas que orgullosamente mantengo hasta el día de hoy.
Durante esta etapa escribí mucho, desde poemitas, hasta largos ensayos y también lógicamente alguna canción para el colegio a las que mis amigas ponían música. Era la sentimental, la Susanita del grupo que soñaba con casarse de blanco y tener una linda familia. Leía mucho, muchísimas novelas rosas, especialmente de Corín Tellado, y mis amigas se mataban de risa..
A partir de los 15, quedaba sin efecto la prohibición de mi papá de tener novio. Y me lo tomé tan en serio que a mi fiesta, para sorpresa de todos, llegó un muchacho que había conocido 3 meses atrás en las vacaciones, con el cual me había carteado hasta entonces. El noviazgo, duro lo que un suspiro, pero fue la prueba de que toda la presión había estado contenida...y nadie imaginaba lo que podía devenir.
Mi vida transcurría entre fiestas de colegio, reuniones juveniles, lectura y escritura casi compulsivas, primeras salidas al boliche y el estudio justo para no dar que hablar en casa. Tuve mucha suerte, mucho levante con los chicos como se decía entonces. Si me gustaba alguien, seguro que en breve ese alguien se volvía posible. Nunca pensé que fuera por belleza, aunque no me sentía fea, sino que creía interiormente que poseía algún raro don, una chispa que hacía que mucha gente se me acercara.
A diferencia de mis amigas, que se ponían a noviar simplemente por diversión, yo me tomé muy en serio esta etapa... demasiado. Hubo una fila de candidatos, relaciones de poco tiempo. Cual si fuera una carrera contra el tiempo, sentía que eran postas que tenía que pasar hasta llegar a conocer al hombre de mi vida. Mis noviecitos debían pasar una dura prueba que por supuesto ignoraban por completo: en todos observaba el proyecto de esposo atento, del papa presente y por supuesto, que no hubiera ningún atisbo de violencia. No quería quedarme con uno solo, como le había pasado a mi mamá, no podía cometer los mismos errores, repetir la historia de mi vida.
Así llegue a la universidad. Con todo un camino recorrido. Empecé la carrera de Letras, que pensaba que me podía permitir seguir escribiendo. Ese era mi segundo proyecto en la vida. El primero, primerísimo, seguía siendo formar una familia con todas la letras, separándome para siempre del destino marcado por el fracaso de mis padres.

sábado, 4 de julio de 2009

Garcas en la familia (segunda y última parte)

La economía de mi familia siempre dependió de la de mis abuelos. Se podría decir que a pesar de que mi papa trabajaba con mi abuelo, este siempre estaba listo para sacar la billetera y proveer lo que su hija y su "lastimada" familia necesitaran.
Cuando mi mamá se caso por primera vez, el compró la casa y el auto y demás etc. Después de la separación y del tiempo que vivimos con ellos, nuevamente compró otro departamento para que mi mamá y Marcos pudieran recomenzar. Cuando el departamento quedó chico a la llegada de Benjamín, el abuelo siempre dispuesto pagó la diferencia para que tuviéramos mas comodidad en una casa. Así también ocurrió cuando hubo que cambiar el auto, o comprar la casa de fin de semana.
Para cuando mi abuelo murió, y mi papá perdió el empleo en la empresa que una vez había sido de mi abuelo pero ya no lo era, empezaron de verdad los problemas de dinero. Yo ya estaba casada para ese entonces, y veía desde afuera como mi mama no bajaba de su nube y mi papa emprendía negocios sin tener idea, sin la capacidad de administrarlos. No podía ser su propio jefe, fracasaba a repetición y tenia grandes deudas. Embargaban su casa, la vendía entre gallos y medianoche y compraba otra. De la única manera que lograron pasar todos estos años fue gracias a mi abuela, que siguió comprendiendo y financiando sus caprichos. A mí me parecía inconcebible que mi abuela ejecutara todos sus bienes, sus inmuebles, que le aseguraban una situación acomodada de por vida, en pos de no ver lo que mis padres habían hecho con sus vidas.
Ellos por supuesto nunca bajaron el standard de vida. Deudas y negocios turbios de por medio, cambiaron varias casas y hasta se mudaron de ciudad, y luego de provincia. Mi abuela y mi hermano los siguieron. Mi hermano por edad, la abuela se imaginarán porqué.
Cecilia, mi hermana se había casado como yo. Siempre se había destacado por sobre mí por su enorme corazón y su solidaridad, al menos hacia mis padres a los que además de cariños les había extendido algunas sumas de dinero en préstamo. Nunca les cuestionaba nada, no era Federica , que miraba de afuera de reojo y se mantenía a distancia cuidando su familia y su propio patrimonio.
Fue hace un par de años que Ceci y Juan su esposo, al ver a mis padres nuevamente quebrados y realmente preocupados por ellos, les hicieron una propuesta. Pondrían sus ahorros en un negocio de distribución de alimentos. A nombre de ellos, ya que mis papas estaban inhibidos. Mi papá vendería y Juan repartiría la mercadería. Después, y pensando que el negocio iba a funcionar, mis padres repondrían la inversión inicial.
Yo no creí en ese negocio familiar, teniendo en cuenta las malas experiencias en esta familia.
Mis padres alquilaron una casa pero no se conformaron, era una pocilga para lo que ellos acostumbraban. Así que ante el asombro de todos, compraron un terreno en un barrio residencial y comenzaron a construir. Ceci se empezó a preocupar, porque las cuentas del negocio no daban como para levantar esa casa. Mi cuñado pedía paciencia, y mi papá se impacientaba. Usaba el teléfono de la firma para hablar a no se dónde y sus gastos de viáticos eran exorbitantes. Mi hermana me contaba que ellos se privaban de sacar el dinero que les correspondía porque toda la rentabilidad se la llevaban mis padres. Mi papá se ofuscaba ante cualquier reclamo, esgrimiendo que de algo tenia que vivir. Ellos no podían hacer balances o controlar el dinero porque él vendía, cobraba y no les rendia los números. El banco acusaba una deuda increíble, toda a nombre de Ceci y su esposo. Mis padres nunca habían figurado en aquella "sociedad". Otra vez una sociedad de palabra. Nadie se animaba a decirlo con todas las letras, pero mi papá los había estafado. Mi hermana empezaba a entender los porqués de mi distancia, empezaba a pagar el derecho de tener un padre. A cualquier costo, claro.

jueves, 2 de julio de 2009

Los padres no se eligen

Pese a todo lo que conté anteriormente, a Marcos lo consideré mi padre hasta hace relativamente poco. Ni los reclamos, ni las extorsiones, ni la leve diferencia que él hacía entre mis hermanos y yo, mermaron el cariño que él me inspiraba. O sería la necesidad inconsciente de no sentirme huérfana, obviando lo evidente.
Marcos fue incluso mi testigo de casamiento. Me casé siendo menor de edad y con el consentimiento de mis padres. Sí, me presenté ante mi padre original y le pedí que firmara el permiso. Fue duro, claro, pero me empujaban las ganas de cambiar mi vida, ganas urgentes... Después de un par de gestos forzados y de mi negativa a dejarlo participar del acontecimiento ante sus demandas (¿?), finalmente firmó mi libertad ante escribano publico.
Yo sentí que Marcos también tenía que figurar ese día, mi gran día. Así que deje de lado las pocas amistades "mayores" que estaban en condiciones de salirme de testigos. Y mi testigo fue él. Otra vez su inmenso poder, la lealtad para siempre, habían hecho mas fuerza dentro de mí.
A la Iglesia entré de su brazo orgulloso. El era el único papá para acompañarme, cerrando el momento idílico de mi casamiento sin tachaduras, sin ausencias incómodas.
Después de eso seguí pensando que a veces la gente no tiene el padre que elegiría. Sin embargo, no creía justo que eso me hubiera pasado dos veces...en la misma vida.